9/20/2009

Quiero volar mientras tú me ordenas.




Aún no se ha rendido.

Ella es todos esos colores sin color con los que viste. Es una de esas complicadas melodías que suenan a través de unos auriculares ya un poco desgastados.
Es su favorito olor a mandarina.
Es una película en la que el amor nunca fallaba, una de esas viejas en blanco y negro.
Es horas y horas de palabras mezcladas con hojas y hojas de conversaciones.
Es un diario en el primer cajón de su mesa de estudio.
Ella es una tormenta a diez grados bajo cero, empapada hasta el cuello y bailando entre truenos y relámpagos, sin paraguas y sin miedo.
Es una mancha en su camisa preferida, pero que la divierte.
Ella es un tocadiscos cansado de tocar siempre la misma canción y un millón de sueños caprichosos que surgen sin sentido en una noche a ritmo de blues.
Ella es el recuerdo de los suspiros de las noches de placer que se perdieron.
Es un montón de cremalleras que no abren nada.

Ella es muchas cosas, o quizá ninguna. Sólo un montón de definiciones que nadie se ha puesto a buscar en el diccionario.
A veces la creen loca, otras lo afirman.


Pero no entienden que su mundo es cuadrado, 
que el cielo es de color marrón y 
pisa baldosas azuladas.


 No entienden que todo el mundo es adicto a alguna droga y que ella es adicta a la vida, adicta a la adrenalina del miedo, a las endorfinas de un beso y a todas las sustancias del no saber qué pasará.


Ella es pirata.

Decidió coger, manosear, ahogar y romper el tiempo. Chuparlo, besarlo morderlo y tirarlo.
Le dio por esnifar los minutos para ver cada segundo de un color diferente.
Lo manchó de recuerdos, sonrisas, cafés y paseos sin dejarle que pudiera con ella.
Para sentir que nada acabase hasta que ella decidiera que había acabado.


Porque no quería superar sus ganas
de comerse el mundo.






Dejadme decidir.
Dejadme ser.
Aunque no me entendáis. 

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