12/02/2009

Corre que te pillo


-Duérmete- tajó ella mientras seguía obstinada dentro de su mundo.
-Llueve.- dijo él sin cambiar la mirada.
-¿Qué te preocupa, Ric?
-Perderte. - su tono de voz ensombrecía a cada sílaba que pronunciaba.
Moira fue clara: -Soy una más- melodiosamente tranquila. -Todos tenemos un límite.

Fue entonces cuando Ricardo se dio cuenta de que los sentimientos son rápidos y traicioneros; que se le adelantan, tanto a él como a ella. Se dio cuenta que ella mentía.
Y mintió también cuando parecía que nada la importaba mientras que paseaba, bailando descalza, por los parques del centro de Madrid, flotando entre nubes.
Creía que si seguía su vuelo todo se desvanecería.

Sucedió lo que pasa con las rayuelas pintadas en el suelo cuando llueve, que desaparecen. Sus sueños continuaron descalzos por las vías rosáceas mientras que él tuvo que volverse a encerrar en el pentágono regular que siempre había marcado sus pasos.
Acotar la vida de Moira. Eso lo intentaron una y otra vez, pero ella seguía empeñada en los bosques de suelos blancos y en las ganas de gritar.



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