1/02/2010

Es un pino escandinavo haciendo las veces de roble irlandés.



A Lola le dijeron que a cincuenta metros todo sabía mejor.

Sentada en el borde del banco, justo en medio de la sala, miraba ausente hacia uno de sus Rothkos favoritos. No entrecruzaba las piernas porque lo tenía prohibido, alguno de sus médicos se lo recomendó en una de sus primeras visitas, pero las dejaba laxas apoyando sólo los cantos de los zapatos en el suelo. Llevaba zapatos negros, de charol.

Pensaba en los molinos, en todos los que se encontraba por los pueblos de Soria cada vez que se escapaba de Madrid. Sabía que estaban condicionados por el viento, que cambian de dirección siempre que es necesario.

Salió de la galería y se paró en el último escalón, dejando atrás otros cuatro, y saltó.

Seguía con urgencias, urgencias de tarde de cine y abrazos en el sofá.



Y ya sólo quería salir de ahí, y desaparecer otra temporada.



Mi pluma Lamy no pinta. 
Está atravesada entre la tercera
y la cuarta costilla. 

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