2/10/2010

¡Contabilízame!







El pasillo en el que estoy sentada tiene las baldosas grisáceas y el café que sujeto en el vaso de plástico calienta mis manos mientras que siento el frío del suelo. Oigo ruidos a través de la puerta, son sillas que se mueven y zapatos de gente que no conozco. A través de la cristalera veo levantarse a dos chicas de sus mesas, recoger e irse.
Puedo sentir pasos acercándose desde lejos sin levantar la mirada del suelo, la puerta se ha abierto hace cuatro segundos y el vaho fresco de un aroma a hombre que reconozco hace que gire la cara. Él es mayor que yo, quizá tres o cuatro años más, tiene el pelo castaño y corto y ya no recuerdo bien cómo era su ropa. Pero me gustan sus ojos, otra vez vuelvo a caer en mi pozo sin fondo, la forma en la que me miraron y la manera con la que dejaron de mirarme pasando de largo.
Le doy un sorbo al café, que sigue ardiendo, y sigo pendiente de averiguar dónde se ha ido; probablemente la segunda puerta a la izquierda, reprografía. Me quedo sentada en la misma postura esperando a que vuelva por el pasillo.
Cuando regresa me vuelve a mirar, le tiemblan las manos y sus ojos ahora me fijan penetrándome; por el cristal puedo ver dónde se sienta.
Termino el café, me levanto y vuelvo a la sala de estudio. Miedo – pienso – eso rezuman sus ojos y sus manos y sus labios. En ese momento empieza a sacar sus cosas de la bolsa que lleva, extrae una libreta y con un bolígrafo que ya tenía en la repisa hace una anotación, arranca la hoja, la pone del revés y la deja encima de la mesa, en la esquina derecha.
Yo le miro desde la mesa de enfrente, no puedo dejar de observar cada movimiento que hace, me acobarda pensar que pueda enfilarme y darse cuenta de lo que estoy haciendo, me atrae. De pronto, viene la señora de la limpieza y empieza a revolotear entre todas las papeleras de la biblioteca, aprovecho para mirarle mejor, para imaginarme quién será.  Quien sabe, quizá es otro más, ó igual es en efecto el buen presentimiento que tengo.
Juego con mi mejor baza y en el momento en el que me vuelve a cruzar la mirada le dedico una sonrisa que él me devuelve. Se queda fijándome sin moverse y vuelvo a sumergirme en cuatro líneas de mi libro. Cuando levanto la cabeza otra vez él está mirándome. Me pregunto si ha estado así todo el tiempo que yo he leído.
Ahora se levanta de la silla, me hace un gesto y le sigo hasta la salida. Nos sentamos en el césped al lado de la puerta y hablamos durante más de un mes, y me cuenta que ha estado esquivando encontrarse consigo mismo los últimos seis años. Entonces, yo no puedo hacer otra cosa que decirle que me sustituyeron el corazón por un grano de arena pero le revelo que estoy pintando otra vez. Le pregunto si haría de modelo, me tienta a que le acompañe a encontrarse mientras que su voz se queda recelosa.
Caigo en la cuenta de que el tiempo se nos ha echado encima. Me levanto, él me desea suerte con mis cuadros y yo le digo que se quite la coraza.
Vuelvo a entrar y veo el papel que ha estado boca abajo en la mesa todo ese tiempo. Lo levanto y lo leo. “¿Necesidad o casualidad?”
Eso pone, nada más. 


Y para puta, ¿Alguna voluntaria?
(Amanece, que no es poco)

2 comentarios:

  1. ¡Fa-bu-lo-so!

    Corazón, no creo que las casualidades existan en la vida. Todo pasa por algo (aunque sobre eso cada uno tiene su teoría).
    Quizás la chica era lo que necesitaba, la aparición de alguien que alumbrase un poco más su trabajo. Alguien que aunque fuese por poco pase por su vida cambiándolo todo. Muchas veces nos vendría bien algo así.
    A mi me gusta pensar que todo pasa por necesidad. Porque un camino lleva a otro y así.
    Un beso

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  2. Es una mezcla de ambas las necesidades traen consigo las casualidades, algunos lo llaman de otra manera (causalidad?). En cualquier caso leerte es todo un placer, es un arte concentrar en tan pocas y justas palabras tanta sutileza y cosas interesantes que decir. ME GUSTA. un abrazo desde la distancia

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LOCURA(S)