8/31/2010

Entra la luz de Septiembre


Podía ver desde la ventana todo el patio central del hotel, con sombra de árboles y fuentes de arco iris. Cuando abrió la puerta de la terraza y sacó un pie, el angular de su pie derecho rozó el cèsped de un antiguo cortijo en piedra gris rosácea con isletas de arbustos, el rancho también tenía las mismas flores. En el centro, un pequeño lago en el que ahogar la minifalda que llevaba Jen aquel día atravesaba el puente que conectaba los dos caserones por el primer piso.
Atrás, en la última esquina del escondite, en el recoveco más alejado, hay un cesto con cuatro toallas amarillas y blancas enrolladas con un lazo al borde de una piscina de agua azul cristalina que hace deslumbrar la tez de aquel chico.
Jack la esperaba tumbado intentando no consumir el aliento de ese cigarrillo que sostenía en la mano izquierda. Ella le podía ver desde lo lejos, recostado con sus gafas de sol leyendo algo que de banal se hacía interesante. 
-Conseguirás que el obligo me llore y la sonrisa se balancee. - le dijo ella sentándose a sus pies.
La miró, en un gesto pausado y alentador se quitó las gafas de sol y la tocó la espalda como si estuviera acariciando a la más suave de las sedas traídas desde la ruta. 
-¿Café sólo o con leche?
-Un martini seco.- le contestó - Atrévete a robarme el aliento.





-Chatembour se ha ido a vivir e un árbol con un mandril.
-¿Macho o hembra?
-Hembra, por su puesto, Chatembour es muy normal.
(Memorias de África)

8/25/2010

El 50% de mi otra mitad lo perdí junto a esta que ya no siento.



Lía cogió su cámara de fotos y cautelosa se asomó al universo de los ojos de Teo viajando entre sus pupilas hasta dilatarle todo el chocolate y comérselo a bocados. Los dejó completamente ahogados en un abismo, negros como el final de un túnel.
Su historia empezó meses atrás, entre rejas y pinceladas de semáforos parpadeando y ella consiguió atraparle con sus cadenas de la manera más sutil y dulce que jamás ha existido, como las historias de las películas. Y ella, ferviente por buscar unos brazos en los que arroparse no cumplió con su parte. Sabía que tenía que desvanecerse, emigrar a la otra acera para no volver a rozar su tacto y aún así se puso su sudadera, apoyó la oreja en su pecho y buscó sus pies con los suyos intentando tocar la máxima piel posible.
Sus caderas anchas, sus piernas suaves, el olor de su aliento y la sutileza de sus movimientos tan femeninos luchaban contra la sensación de hurto cuando la miraban por la calle. Y Lía, qué decir de Lía si soñaba con los hoyuelos de sus mejillas, con la sinceridad de sus abrazos y con todas las sonrisas sin control que la provocaba.
Teo y Lía fueron protagonistas de un film de adolescentes, del sueño de un millón de matrimonios, saltaron juntos la muralla china, volaron montados en una barca de papel y frenaron el tiempo tumbados en su cama mirando al techo.
Mañana Lía estará al otro lado del mundo, tumbada en una cama que desconoce y no pudiendo oler el aroma del cuerpo en el que se enraizó. ¿Y Teo? Teo abrirá la puerta de un espacio que ya nunca podrá llamar casa. 




"¿Sabes qué? a la mierda estos concursos. La vida es un puto concurso de belleza detrás de otro. El instituto, la universidad, luego el trabajo... A tomar por culo. Y a la mierda la academia de pilotos. Si quiero volar, ya buscaré el modo de hacerlo.
Hay que hacer lo que te gusta. Y a la mierda lo demás."
Little Miss Sunshine.

8/21/2010

(Ñ) de España o de Ñoño


Alicia se ha calzado unas deportivas y se ha echado a la calle en pleno mes de Agosto. 
Si hubiese tenido una oportunidad la habría podido dejar resbalar lentamente entre los largos surcos de sus tobillos. 
Se fija en las líneas que forman las nubes grisáceas en un cielo que invoca a la noche del verano. Sube a través de una callejuela estrecha con las casas pintadas de blanco y madera sin lijar en las puertas.
¿Habrá tiempo para todo? 
Se agacha lentamente a abrocharse el cordón que se había soltado un par de portales más atrás y encuentra en el suelo un pedazo de vidrio verde. El miedo de las decisiones que condicionan, la inevitabilidad de las bajadas sin freno de mano. Lo coge entre su índice y su pulgar y en un leve movimiento de torpeza siente cómo atraviesa su dedo naciendo una raja que comienza a sangrar. Se mira la mano, inmóvil, y ve cómo caen las gotas al suelo, entre sus zapatillas nuevas, creando una especie de charco que la ata a la tierra de una manera que nunca antes había bailado.
Pero es siempre ella, lo imprevisible vestido en un traje de volantes con el pelo suelto para chocar contra el viento.
Sonríe, chupa su sangre y vuelve a echar a correr. 





La abeja y la avispa liban las mismas flores, pero no logran la misma miel.
(Joseph Joubert)

8/17/2010

Tacos, enchiladas, quesadillas y bien de Chile.


Los momentos de más calma son los segundos anteriores a la gran tormenta.




¡Oh dioses! ¡De qué modo culpan los mortales a los númenes! Dicen que las cosas malas les vienen de nosotros, y son ellos quienes se atraen con sus locuras infortunios no decretados por el destino."
Zeus en La Odisea

8/13/2010

(K) de Kepler o de Keynes



El Chico Guapo está sentado en el rellano de la escalera, lleva unos pantalones granates que parecen recién estrenados y una sonrisa que ilumina la mirada de una ansiedad que combate la espera.
De pronto suena, unos cuantos pisos más arriba, una puerta cerrarse de golpe. Se escucha el chasquido de la madera vieja al pisar y unos cuantos saltos más a toda velocidad. 
Ella sigue bajando, agarrada a la barandilla, con su vestido blanco y su bolso marrón. 
Le mira. La última vez que supo de él estaba a siete mil kilómetros, maleta en mano y recorriendo todas las esquinas de un país al que no se la había podido llevar con él. Tenía trabajo.
Clara, frenesí de un halo que recorre la ciudad, se queda inmóvil a dos metros de él, con un pie todavía en el escalón anterior. 
-Estás muy guapa de blanco. - le dice mientras un temblor de nervios le recorre su estómago.
-¿Has vuelto? - le pregunta ella manteniendo todavía esos dos metros que habían marcado sus ojos estrellados.
-He venido a llevarte conmigo. - la mira, escéptico, temeroso, dubitativo.
Ella baja los dos escalones  que le quedan y le agarra de la mano.
-Entonces tienes que ayudarme a hacer la maleta. 



"La otra noche te soñé, es la segunda vez. Un cartero me traía dos certificadas tuyas y me entregaba una en cada mano con un movimiento magníficamente preciso de los brazos que saltaban como émbolos de una máquina a vapor. Eran cartas mágicas. Podía extraer cuantas hojas quisiera sin que los sobres jamás se vaciaran. Me encontraba a mitad de una escalera y estaba obligado, no te ofendas, a tirar sobre los escalones las hojas ya leídas si quería extraer más de los sobres. Toda la escalera de arriba a abajo estaba cubierta de manojos de hojas y el papel elástico, ligeramente sobrepuesto, enviaba un fuerte murmullo".
(Franz Kafka - Carta a Felice Bauer)

8/12/2010

Antiguos relojes de pared marcan la cuenta atrás.


Monipenny estaba convencida de que se podía entender el carácter de una persona en base a lo que comía.
Sí. Se lo había dicho ya un par de veces a Álvaro en alguna de sus interminables conversaciones a las tantas de la madrugada pero la idea nunca había calado en él.
Sentados en una cafetería de paredes beige y muebles caoba: un vaso vacío, una botella de agua mineral, una confección de ensalada, una hamburguesa sin mostaza y una porción de tarta de queso con mermelada de frambuesa.
-¿Qué hay de interesante en tu vaso? - le preguntó Mónica mientras daba una bocanada a su ragú. Él lo miró, lo aniquiló a quemarropa en el instante que ella bebía del suyo.
-Dejé de fumar el día que volví de América. - le contestó.
Ella pidió la cuenta con un gesto rápido a una camarera que llevaba a la mesa contigua un bistec y una jarra de sangría.
Estaba segura que tarde o temprano él también sentiría que la felicidad es como un ruido de tren subterráneo. Miras, lo imaginas, pero no lo ves nunca, aunque el ruido no desaparezca inmediatamente.
Muchas veces lo buscas y aún así piensas que es una cosa tan estúpida que no merece la pena, porque llegas a pensar que el ruido te lo estás imaginando.
Pero sigues mirando al suelo y si al final crees haberlo visto te sientas y respiras, aliviado, porque estás en casa.






No pierdas el tiempo intentando olvidarla. No lo conseguirás. Ella es quien tu mas quieres, así que más vale que lo intentes y lo logres.
(Los pilares de la tierra - Ken Follet)

8/07/2010

Urgencias de un abrazo de hormigón


-Me han dejado en el rellano de la escalera un paquete sin remitente que llevaba mi nombre. 
-¿Sin reembolso?
-Con una tarjeta. 
-¿Qué decía?
-Ahora o nunca. 
-Qué radical.

Sonreí sabiendo que esta vez mi carta no había acabado perdida entre el montón


Si me hubiera parado a pensarlo, hubiera comprendido que mi devoción por Clara no era más que una fuente de sufrimiento. Quizás por eso la adoraba más, por esa estupidez eterna de perseguir a los que nos hacen daño...
(Carlos Ruiz Zafón)