Fue mientras atravesaba las dos estancias precedentes al estudio cuando se dio cuenta de ser un brillante felino de pelo liso y perfumado que se preparaba a engullir cualquier pequeño ratón que se había estado limpiando los bigotes primorosamente durante toda la semana.
Se sentó sobre el cojín de terciopelo azul que yacía sobre una de las butacas, como si se tratase de una princesa de cuento de hadas, y se quedó ahí parada esperando a que reaccionaran por ella; parecía que necesitase la fuerza de un buen temblor que volviese a hacer funcionar su corazón.
Ric dejó de buscar en la estantería por un momento, frunció el ceño y mirando a la muchacha la invitó a que le acompañara en su búsqueda.
-¿Qué quieres para hoy? - la preguntó sabiendo ya que no recibiría una contestación, fue más bien una reflexión en voz alta que continuó con una frase sin parada.- Siempre me ha gustado Dickens para estos días.- Extendió el brazo y eligió un libro de cubierta color magenta e impresiones en dorado antiguo. Lo dejó encima del secreter y volvió a situarse de cara a la librería; como si buscase la respuesta a todas las preguntas que ella no conseguía formular.
-Hoy no me apetece leer. - dijo ella dirigiéndose hacia la lámpara de la esquina. La apagó y dejó que en el pequeño cuarto solo se calentase por la chimenea de la estancia contigua. Entonces se desató el vestido, lo dejó caer hasta los tobillos y se volvió a apoyar en el viejo sillón color esmeralda.
Él seguía inmerso en todos los títulos que tenía delante; de vez en cuando cogía alguno, lo desempolvaba y lo volvía a poner milimétricamente en la misma posición en la que lo había encontrado.
-Háblame de la muerte Ric, pero como si ésta fueran dos amigos en el fondo de un autobús.
"¡Si en la historia no hubiera más que batallas; si sus únicos actores fueran las celebridades personales, cuán pequeña sería! Está en el vivir lento y casi siempre doloroso de la sociedad, en lo que hacen todos y en lo que hace cada uno. En ella nada es indigno de la narración, así como en la Naturaleza no es menos digno de estudio el olvidado insecto que la inconmensurable arquitectura de los mundos. Los libros que forman la capa papirácea de este siglo, como dijo un sabio, nos vuelven locos con su mucho hablar acerca de los grandes hombres, de si hicieron esto o lo otro, o dijeron tal o cual cosa. Sabemos por ellos las acciones culminantes, que siempre son batallas, carnicerías horrendas, o empalagosos cuentos de reyes y dinastías, que preocupan al mundo con sus riñas o con sus casamientos; y entretanto la vida interna permanece oscura, olvidada, sepultada. Reposa la sociedad en el inmenso osario sin letreros ni cruces ni signo alguno: de las personas no hay memoria, y sólo tienen estatuas y cenotafios los vanos personajes... Pero la posteridad quiere registrarlo todo: excava, revuelve, escudriña, interroga los olvidados huesos sin nombre; no se contenta con saber de memoria todas las picardías de los inmortales desde César hasta Napoleón; y deseando ahondar lo pasado quiere hacer revivir ante sí a otros grandes actores del drama de la vida, a aquellos para quienes todas las lenguas tienen un vago nombre, y la nuestra llama Fulano y Mengano."
(Benito Pérez Galdós - El equipaje del rey José)