2/26/2012

Pero echaré mucho de menos tus ronquidos.


Desde el retorno de Lía, sus memorias se habían convertido en dos. Había crecido la incesante sensación del nacimiento de una nueva rama, la de los recuerdos rápidos y débiles, esos que se descuelgan rápidamente y tienden a caer en el olvido, luchando contra los lengos, los fuertes, los escasos. Ambos convivían intentando forjar una neblina sobre los posos del té. 
Teo mantenía sus tardes en el sofá leyendo algún que otro libro cuando la luz ya se había ido, le gustaba el rincón de esa casa húmeda en consonancia a la pequeña luz que emanaba de la lamparita de noche, justo al lado de la estantería caoba que había heredado de su madre y que tanto olía a su necesidad de acariciar pero no apresar. 
Así continuaban los días, labrados por desvíos agradables que se tornaban en desalientos, trabajando forzosamente porque la ciudad no fuese capaz de sentirles como unos visitantes más para poder así abrirles las puertas de lo invisible, evadiendo la ducha por temor a que arrancara un pedacito más del poco cobrizo que ya quedaba en su cabello. 
Ni siquiera una sordina era suficiente para callar a los búhos aquella noche, los pájaros zarandeaban a las puertas de su casa, prediciendo la mano de Lía fuera de la bañera, ahogada en la desesperación, con los pulmones inundados por el desaliento del cuento que nunca pudo proseguir. 






"Primero sé libre; después pide la libertad."
(Fernando Pessoa)

2/13/2012

¿Qué sería del vino sin su color?



Cómo podían llegar a calmar todas las corrientes esos cuatro acordes perfectamente encajados; paseando y reflexionando Clara pasaba una y otra vez por delante de la apagada estufa, resultando que el tubo que hacía de chimenea se había bloqueado a la mitad, cansado de emanar tanto humo.
Las temperaturas predichas para los días siguientes eran muy inferiores a las necesarias para sobrevivir sólo con una manta atada a la cintura pero eso, aunque temerosamente, no podía considerarse como una mala noticia. Se estaba haciendo cada vez más pronto, los vasos en vez de vaciarse se rellenaban, aquello parecía una película de los años sesenta rebobinada a cámara lenta, dando la sufiente paz como para tumbarse en la cama y poder observar un rato el techo. 
¡Qué grande ese techo! Iba y venía, constantemente, acechador. ¿Qué sería lo que quería? Igual probaba a darle un mensaje al vendaval que retaba a las ventanas, no sabía que eran dobles y estaban bien atrincheradas; el chico guapo se había encargado de poner el super-glue suficiente para que de su corazón no pudiese salir ni una lágrima más, y es que ya le había dicho que aprendería a hacer zurcidos invisibles si fuese necesario. 
A la mañana siguiente, como todos los días, un mensaje en la bandeja del desayuno: Feliznosanvalentín, m-i a-m-o-r. Lo único que hasta entonces había conseguido escribir no atropelladamente. 







"Me di cuenta de que te amaba más que a mi propia vida y que prefería entregarme por completo a tu poder antes que seguir viviendo sin ti. La magia no podía hacerme nada peor que vivir sin ti. Estaba dispuesto a entregártelo todo y ofrecía al poder todo lo que tengo. Todo mi amor por ti. Cuando me di cuenta de lo mucho que te quería estaba dispuesto a ser tuyo fueran cuales fuesen las condiciones. Estaba protegido porque tu amor ya me había tocado".
(Richard Cypher, en El libro de las sombras contadas)