2/15/2014

Cuore zingaro



-Precisamente por eso no escribo. Porque no quiero que nadie me lea. Y es quizá ese el motivo que impulsa que lo haga. Pero qué más da. A veces me pregunto por qué nos empeñamos el leer tanto si tenemos tantas cosas que releer.
Cati se sentía igual de ácida que la mañana e igual de volátil que el año que acababa de empezar. El autobús traqueteaba más de lo normal, los frenazos de la gente que no sabía conducir con lluvia multiplicaban el vértigo y el olor de cafetería que le gustaría escuchar en ese momento hacía que el viaje fuese más desapacible de lo normal.
-Vamos. - se levantó de golpe y él se quedó sin saber bien qué hacer.
-Quedan cuatro paradas, ¿dónde vas? 
Pero ella ya había salido por la puerta y caminaba derecha en busca de un buen café. Antes de entrar en el bar se giró, sacó una sonrisa del fondo de su ombligo y cogiéndole de la mano hizo una pirueta ante él.




Y si la situación se pone tan dura que los dos ocupantes del lugar no se dirijan la palabra, entonces tal compañía, embarazosa y tensa, lo deteriora a uno mucho más, y más rápidamente, que una soledad total. Por suerte, en este ya largo historial, tuve un solo capítulo de este estilo, y duró poco. Estábamos tan podridos de ese silencio a dos voces, que una tarde nos miramos y casi simultáneamente empezamos a hablar. Después fue facil.
Hace aproximadamente dos meses que no tengo noticias tuyas. No te pregunto qué pasa porque sé lo que pasa. Y lo que no. De modo que no tengo respuesta a ninguna pregunta tuya, sencillamente porque carezco de tus preguntas. Pero yo sí tengo preguntas. No las que vos ya sabés sin necesidad de que te las haga, y que, dicho sea de paso, no me gusta hacerte para no tentarte a que alguna vez me digas: "Ya no".
(Mario Benedetti).