8/12/2015

Régimen de emociones




Durante los tres días siguientes se dedicó a observar firmemente ese régimen de silencio que había establecido. Había engordado por lo menos siete kilos de palabras durante los meses de frío y ahora que el calor no daba tregua era momento de deshacerse de ellas mientras el vacío se instalaba en ese instante de nuevo cambio en el que la veleta todavía no había fijado la dirección siguiente.
Acostumbraba a levantarse temprano para acompañar al sol en su esfuerzo titánico por creerse el rey del mundo y, mientras tanto, consumía sus pensamientos más díscolos en los posos del té verde que había traído de su viaje por Vietnam. No veía a nadie, no escuchaba nada más que los acordes de las cuatro melodías que se habían fijado con cierta exigencia en su retina auditiva y, mientras las horas de aislamiento pasaban, poco a poco se iba familiarizando con la persona que una vez imaginó ser.
Ella no quería ser una meteoróloga de caprichos, ni una pitonisa de emociones, ni tampoco cumplir todos los planes que su fantástica autoexigencia había secuencialmente ordenado. Ahora sólo le apetecía ser. Saberse siendo capaz de parar a respirar y a observar cómo se mueven las hojas en las tardes de bochorno en pleno agosto mientras la sensación de no saber qué es lo que vendrá después está simplemente ahí, inerte, permitiéndole no seguir yendo de oca en oca sino siendo capaz de tomar aire antes del próximo movimiento. Ser. Ser y punto.
La primera hora del cuarto día comenzó con el mismo moño despeinado y el camisón de algodón blanco transparente marcando un ritmo igual al de los anteriores. El agua hirviendo cayó sobre las agujas de té que poco a poco la oscurecían, decididas a dejar su huella en el líquido  casi como si de un truco de magia se tratase. No fue hasta que el soniquete del timbre oxidado se puso en marcha, poco antes del mediodía, hasta cuando su perfecto mundo paralelo había sido inalterado.
-Hace siglos que no sabía de ti, feliz santo, querida - el chico guapo, justo al otro lado del zócalo, parecía que no había cambiado ni un ápice. Su voz era igual, el gesto de su boca al articularse era exactamente la misma y, en cambio, las palabras sonaban más huecas que nunca.
-Es curioso, ¿verdad? Por mucho que embalsamemos los recuerdos, el tiempo es tan astuto que con sólo un cambio de perspectiva vuelve la historia en otra distinta. - ella le contestó hierática, pausada y sin moverse ni un milímetro de su posición.
-Me dijeron que estabas perdida, nadie sabía nada de ti ni habían oído noticias tuyas. - dijo él a modo de excusa.
Por fin Clara salió de su trance, sonrió, levantó la cabeza y le volvió a mirar como haciéndole una radiografía.
-Me estaba acordando del sueño que he tenido esta noche. Ya sabes, cuando tu cuerpo se pone en marcha pero tú cabeza está todavía en otro sitio. Ahíquieroquetequedes. Mientras yo sigo encontrada mientras te pierdo. 
Con la fuerza de empujar una pluma en el aire cerró esa puerta que una vez le pareció de hormigón, se dio la vuelta y volvió a permitirse descolgar el teléfono y decirle de nuevo hola al mundo.




Los finales nunca son fáciles. Siempre los he idealizado de tal manera que nunca están a la altura de mis expectativas y acabo decepcionado. No se porque me importa tanto como acaben las cosas aquí. Supongo que todos queremos creer que lo que hacemos es importante, que la gente esta pendiente de cada palabra que decimos, que le importa lo que pensamos. Y en realidad, podemos sentirnos afortunados si logramos, aunque sea por casualidad, que alguien, quien sea, se sienta un poco mejor. Porque al final todo se reduce en las personas que dejas entrar en tu vida y mientras mi mente rememoraba las caras que había visto aquí me acorde de mi familia, de mis compañeros de trabajo, de los amores perdidos y incluso de aquellos que ya no estaban. Y al girar la esquina, todos volvieron a mi como una larga cola de experiencias compartidas... 
(Scrubs)