9/14/2015

Cafés de héroes



Había alguna servilleta en el suelo, arrugada hasta convertirse en la misma bolita que crujía dentro de su estómago, encogido como esas veces que se mezcla la sensación de dos gintonics de más la noche anterior con unos nervios tan atrapados que secan la boca hasta rasgar los labios y electrificar la respiración.
Dos taburetes forrados en piel negra se apostaban en la barra de bar de los años 80, regentada por un camarero al que sólo le faltaba la levita y que cordialmente dio de beber a aquella muchacha de pelo más corto de lo normal y chupa de cuero.
Fue ese instante, de menos de tres segundos, suficiente para que sus ojos se cruzasen y esa mirada se quedase impresa en la retina; y es que es curioso cómo, por muchas miradas que intercambiemos, cada una tiene su genética única que la hará más o menos intensa, más o menos sutil, más o menos directa, más o menos jodida, más o menos especial.
Cati estaba borracha del mundo, rebosante de acidez, necesitada de faldas cortas, noches largas, libros de mil páginas e historias de sólo una; estaba llena de sonrisas que regalar sin esperar nada a cambio y saciada de explicaciones que seguían, como siempre, importándole tan poco como el ruido del despertador.
- Te voy a arreglar la vida, querido. - le dijo con ese tono seco que a veces le salía del adorar al libre albedrío a la hora de desearle.
-¿Ah, sí? Si te conociera diría que haces esto bastante a menudo. - Álvaro daba sorbos al café con tragos grandes para acallar el ruido de unas entrañas que buscaban cargarse de razones en las que apoyar esa teoría en la que quería reafirmarse: ella estaba allí, y ella era un problema.
-No. No a todo el mundo le digo que me enamoro de lo fugaz, de ese momento, de esa fuerza. Que la Vivo. Que la disfruto. Que la estrujo hasta que la última gota del reloj marca las doce y la princesa que no soy vuelve a enfundarse en una camiseta con escote manchada de carmín. Y que como todo lo efímero se queda en eso, en la calada del último cigarro de una noche más. 
Álvaro tenía una risa coqueta, con algún hoyuelo que le hacía parecer más ingenuo e inocente de lo que era restándole golpes de martillo y haciéndole ganar en un encanto sutil que muchas veces quedaba oculto en las palabras que se decidía tragar por miedo a escucharse diciéndolas.
-¿Va a ser un problema, entonces? - le preguntó mientras ella apoyaba delicadamente su taza de té verde en el plato de loza que la estaba esperando.
-Las mentiras son siempre un problema, y más las que nos decimos a nosotros mismos. Así que sí, va a ser un problema. - entonces ella le regaló esa sonrisa pícara que la dejaba en tierra de nadie y la sacaba airosa de la mayoría de las situaciones y concluyó: -Para ti, claro, por cobarde. Que yo de esta salgo ilesa.  


"-No tienes principios.
- Tengo finales,que son más interesantes.
- ¿Cómo?
- Eso, déjate de remilgos.
- Mis principios no cambian de la noche a la mañana.
- Justo es a esas horas del alba cuando cambian los principios...
- Hice lo que tuve que hacer."
(Una tienda en París - Máxim Huerta)